sábado, febrero 07, 2009

CUENTO: Los caprichos de Ma. V.


Los caprichos de Ma. V.

 

María Victoria Charusi de la Castaneda Blanco. ¿Es un nombre muy largo, verdad? Pues aunque parezca de mentira, es un nombre real.


Cuando conocí a Mª V. (para hacerlo más corto) tenía nueve años, estudiaba tercer grado y aunque no le gustaba mucho la escuela, asistía porque su papá era el dueño.


Vivía en una pequeña ciudad llamada Cantaclaro, que quedaba al lado de otra inmensa ciudad muy rica, grande y poderosa. Cantaclaro, a pesar de su tamaño, era una inmensa productora de carros, comida, ropa, muebles y muchas cosas más.


Pero volvamos a Mª V. Era una niña muy linda, aunque un poco floja. Prefería dormir a hacer sus deberes. O jugar antes que ayudar en su hogar. Tenía el cabello ondulado y largo de color marrón, que combinaba perfectamente con sus ojos del mismo color.

 

Era una chiquilla normal, pero como todo el mundo tenía un defecto: era muy caprichosa y siempre quería hacer lo que le diera la gana.

 

Su padre, el Sr. Charusi era un activo hombre de negocios, dueño de la mayoría de las fábricas de Cantaclaro. Era un hombre muy bueno y quería tanto a su hija, que la dejaba hacer y deshacer a su antojo. No le importaba, porque él tenía tanto dinero, pero tanto dinero, que creía podía complacer cualquiera de las peticiones de Mª V.

 

Al principio, la niña solo pedía cosas materiales: muñecas, ropa, zapatos, juguetes, peluches y todo aquello que por su mente pasara. Su padre, que no podía decirle que no y que no medía sus gastos con ella, abría su cartera y sacaba el dinero que hacía falta para complacer los gustos y caprichos de la pequeña.

 

Como ya ella sabía que su progenitor le daría lo que ella quisiera, optó por pedirle cosas cada vez más difíciles de conseguir y más costosas. Incluso, empezó a solicitarle algunas que no se compran con dinero.

 

Un día, muy temprano, le dijo a su padre que no quería ir al colegio.

 

-         Hija, ¿por qué no quieres ir al colegio? – dijo el Sr. Charusi.

-         Porque no – contestó ella despreocupadamente.

-         María Victoria no es bueno que faltes al colegio…

-         No quiero ir, dijo ella de manera decidida.

 

Como el Sr. Charusi no podía decirle que no a su hija, le dio permiso para no ir al colegio, pensó que por un día de clase que la niña perdiera, el mundo no se iba a acabar.

 

Luego de unos días, no conforme con no querer ir al colegio, Mª V. no deseaba que nadie fuera, deseaba que por un día se suspendieran las clases para todos.

 

Su padre, entre sorprendido e indeciso, cuestionó la razón de su capricho. Ella, contestó como siempre: simplemente lo deseaba. El padre, nuevamente la complació y mandó a suspender las clases por cualquier motivo o razón.

 

Y así, entre su negativa de ir a clases cada vez que le provocaba y la suspensión de clases cada vez que la niña quería, los niños de Cantaclaro comenzaron a olvidar lo que habían aprendido a lo largo del año escolar.

 

Pero los caprichos de Mª V. no quedaron allí. Un día le preguntó a su padre:

 

-         ¿Qué día es hoy?

-         Lunes – dijo él.

-         ¡Me gustaría tanto que mañana fuera domigo!, expresó la niña.

-         Pero eso es imposible María Victoria, dijo el padre con cara de asombro.

-         Para ti nada es imposible – respondió ella.

-         Pero, ¿cómo voy a cambiar un día de la semana por otro? No soy Dios…

-         Papá, todas las fábricas de esta ciudad son tuyas, puedes hacer que nadie trabaje mañana y así parecerá domingo. Además, puedes hacer que haya una hermosa feria como la de los domingos y así parecerá que es fin de semana – se le ocurrió a Mª V.

 

El padre de Mª V. no tuvo una respuesta inmediata, pero como no podía decirle que no a su hija, hizo lo que ella quiso. Y ese martes fue domingo.

 

En un primer momento, la gente saltó de la alegría al saber que no iban a trabajar y que tenían un día libre, pero a la vez se preguntaban qué día sería el siguiente: si lunes o miércoles.

 

Así pasó una y otra vez, cada vez que a Mª V. se le ocurría, le pedía a su papá que cambiara el día de la semana, o que cerrara el colegio, o cualquier cosa que por su mente pasara.

 

La confusión de la gente al no saber en qué día de la semana era, junto al olvido de los niños por no ir a la escuela y el de los trabajadores por no ir a las fábricas, convirtió a Cantaclaro en un pueblo pobre, triste y olvidado. Ya no era rico, alegre y poderoso, como solía ser.

 

Como las empresas trabajaban menos, producían mucho menos dinero, así que no había forma de pagar a los trabajadores y mucho menos obtener ganancias para la familia Charusi. El dinero del Sr. Charusi fue desapareciendo, porque todavía el padre de Mª V. no podía decirle que no a su hija.

 

Cuando se le terminaron sus ahorros, el Sr. Charusi tuvo que vender algunas de sus empresas a los señores de la gran cuidad vecina de Cantaclaro. Y a pesar de esto, el padre de Mª V. aún no le podía decir que no a su hija.

 

La gente comenzó a emigrar, buscando un mejor futuro para ellos y su familia. Algunas fábricas cerradas y la confusión seguían siendo las noticias de la ciudad. Las máquinas empezaron a oxidarse y los que quedaban en el pueblo, comenzaron a olvidarse de cómo hacer su trabajo y de lo que sabían. Los niños no fueron más a la escuela y así, pronto olvidaron cómo leer y escribir.

 

Mientras esto seguía pasando, Mª V. seguía en su cuarto, entre sus juguetes y sus caprichos, como si nada estuviera pasando, porque su padre no podía decirle que no.

 

El Sr. Charusi, luego de vender todas sus empresas, hipotecar la casa, vender lo que había dentro de ella, incluyendo su cama y gastar todo el dinero que tenía en sus cuentas, tuvo que decirle a su hija que también había que vender parte de sus cosas para poder comprar algo de comer.

 

Mª V. no entendía bien lo que pasaba, pero no hubo más remedio. Tuvo que deshacerse de todas sus cosas bonitas, sus juguetes, sus muñecas e incluso sus vestidos.

 

Los Charusi ya no eran ricos, ni Cantaclaro una ciudad con futuro. La familia tuvo que mudarse a la ciudad de al lado y empezar de nuevo.

 

El padre buscó trabajo como obrero en una fábrica de zapatos y ella, tuvo que empezar la escuela de nuevo. Mª V. también aprendió a hacer dulces criollos, para venderlos y así ayudar a su padre.

 

Con el tiempo, las cosas cambiaron y de esta manera fue como el Sr. Charusi aprendió a decirle que NO a su hija.

 

 

EPÍLOGO

¡Hola! Mi nombre es María Victoria. Les escribo esta carta porque quiero decirles algunas cosas.

Ustedes leyeron mi historia, ¿verdad? Bueno, de este cuento aprendí que no todo puede ser como yo quiero. Y a pesar de que pueda tener todo al alcance de mi mano, no quiero ni puedo pensar solo en mí. Aprendí a pensar en los demás también.

También me di cuenta que es importante valorar lo que tengo y trabajar para poder alcanzar las metas que deseo.

Espero que ustedes también hayan aprendido algo. ¡Chao!

María Victoria Charusi de la Castaneda Blanco


Autora del cuento: Raiza Ramìrez.
Este cuento fue escrito en septiembre de 1993.

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