El dolor, desde mi perspectiva, es una suerte de callejón amargo e incluso oscuro, por el cual nadie desea pasar y por el que hay que transitar algunas veces en la vida.
¿Quién desea desde su cabeza pasarlo mal? ¿Quién quiere que le vaya pésimo en su trabajo, negocio o en la pareja? Muy pocas personas podrán levantar la mano y decir: “Yo no quiero tener éxito en mi vida”.
Y sin embargo, en diferentes ocasiones de la existencia y por diversas razones, estamos allí, en la puerta de este callejón, con el pecho comprimido, los ojos llenos de lágrimas y una presión en la garganta por el llanto que aún no sale, sin saber muy bien qué hacer.
Hay personas que intentan evadir el paso por esta calle, pues creen que no tiene salida y que pueden desfallecer en el camino. Entonces, evitan el dolor. Trabajan mucho, tiene sexo sin discriminación, beben excesivamente, es decir, todo con tal de “no sentir”.
Hay otros que no solo lo pasan, sino que pueden hacer su vida allí, en este lugar inhóspito; se instalan y viven su existencia desde el dolor, e incluso se acostumbran y creen que la vida de todos es así, como la de ellos.
Aunque no hay una receta para vivir el dolor “adecuadamente”, pues cada quien lo experimenta como puede, sí parece haber un mecanismo que el organismo necesita para extraer esta sensación de malestar de su cuerpo y volver a su equilibrio.
Poder quedarme en mi dolor, viviéndolo, sintiéndolo, atravesándolo, vaciándome, es una de las formas de que se agote. Una vez que se termina esta sensación, mi cuerpo entero estará listo para comenzar de nuevo. Es como vaciar una taza que está llena, para que pueda estar disponible para una nueva experiencia: un nuevo aroma, un nuevo líquido, una nueva historia.
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Lic. Raiza Ramírez
Terapeuta Gestáltica
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